EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (4)

Viernes de Dolores año 2009.
Parroquia de San Pedro Apóstol. Almería.
Fotografía: D. Guillermo Méndez.
EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (4)
Me dormí en la cruz y la lanza penetró en mi costado (Jn 19,34), por ti, que en el paraíso dormiste y de tu costado salió Eva (Gén 2,21-22). Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño de la muerte. Mi lanza ha eliminado la espada de fuego que se alzaba contra ti (Gén 3,24).
¡Levántate, salgamos de aquí! El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí que comieras «del árbol de la vida» (Gén 3,22), símbolo del árbol verdadero: «¡Yo soy el verdadero árbol de la vida!» (Jn 11,25; 14,6) y estoy unido a ti. Coloqué un querubín, que fielmente te vigilara, ahora te concedo que los ángeles, reconociendo tu dignidad, te sirvan.
Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y desde toda la eternidad preparado el Reino de los cielos”.
“Cristo, perfecto hombre, no es un hombre sin más, un mero hombre. Su cuerpo y su alma son cuerpo y alma de Dios. Esta realidad ha de tenerse en cuenta también en los acontecimientos de la muerte y de la sepultura de Jesús: quien muere y es sepultado es el dueño de la vida y de la muerte. La gravedad metafísica que comporta la muerte —por la muerte Cristo deja de ser hombre en el sentido de que sólo se le puede llamar hombre muerto—, y la pasividad esencial a la muerte, se encuentran acompañadas por un completo señorío de Cristo sobre la propia vida
corporal”.
“Después que Cristo expiró en la Cruz, el cuerpo quedó separado del ánima aunque hemos de tener siempre presente que ambos se encuentran unidos a la divinidad. Hay una escisión del cuerpo y del alma de Cristo como resultado de la muerte. El cuerpo y el alma son dos principios constituyentes de nuestra existencia: el cuerpo como principio que da forma y concreción a la realidad que somos, mientras que el alma es el principio dinámico, que pone vida y movimiento a eso mismo que somos. Los efectos de la muerte son los de desgarrar, separando aquello que está llamado a estar unido. Se cumplen, pues, en la muerte de Jesús las características esenciales a toda muerte humana. Entre estas características, se encuentra el que se da separación entre el alma y el cuerpo; es decir, el cuerpo queda sin vida y pierde las operaciones vitales. Decir que Jesús murió verdaderamente equivale a afirmar que su cuerpo quedó inerte, sin operaciones vitales. Equivale también a afirmar que durante los días en que estuvo muerto, en cierto sentido dejó de ser hombre, pues no se llama hombre ni sólo al cuerpo, ni sólo al alma, sino a la unión de alma y cuerpo”.

“Jesús está tres días, no completos, muerto. Resucita al tercer día. Le entierran en muy poco tiempo. Muere el viernes a las tres de la tarde y le entierran antes de la puesta de sol. Está sepultado pocas horas del viernes, el sábado, y resucita el domingo. Cristo durante ese tiempo está encerrado en la tierra, sepultado, en forma de semilla. Durante su muerte, la Redención sigue”.
“Jesús muerto sigue unido a la Divinidad con su unión hipostática. Jesús quiso estar tres días en el sepulcro. Es como una gran prueba de fe y de esperanza para nosotros. Jesús está sepultado, santificando al mundo desde dentro del mundo, desde dentro de la tierra. Es como si el mundo hubiera sido santificado desde dentro, físicamente, no solo simbólicamente, por Cristo. Es un tiempo de misterio, día del silencio de Dios”.
“La muerte de Cristo significa que en El, al igual que en los demás difuntos, estuvo interrumpida la relación vital alma-cuerpo; sin embargo el alma y el cuerpo de Cristo permanecieron unidos al Verbo incluso durante el triduo sacro”5.
5 Ibid.
Dr. Enrique Cases
Sacerdote
Información obtenida en: http://www.teologiaparavivir.net/

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