Escudo de Benedicto XVI.
EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO(10)
“El alma de Cristo, en el triduo de la muerte, realizó una acción salvífica que, fundamentalmente, consistió en anunciar la consumación de la Redención a los justos y en la liberación de sus almas”15.
Cristo, dice Ratzinger, “pasó por la puerta de nuestra última soledad. En su pasión entró en el abismo de nuestro abandono. Allí donde no podemos oír ninguna voz está El. El infierno queda, de este modo, superado, es decir, ya no existe la muerte que antes era un infierno. El infierno y la muerte ya no son lo mismo que antes, porque la vida está en medio de la muerte, porque el amor mora en medio de ella. Sólo existe para quien experimenta la «segunda muerte» (Ap 20,14), es decir, para quien con el pecado se encierra voluntariamente en sí mismo. Para quien confiesa que Cristo descendió a los infiernos la muerte ya no conduce a la soledad; las puertas del Sheol están abiertas”.
“Al pecado del hombre le corresponde el castigo en el alma y en el cuerpo: el cuerpo quedaba inanimado y el alma, privada de la visión de Dios. En Cristo, solidario con todos los hombres en la muerte como pena de pecado, no solo su cuerpo queda inanimado y sepultado, sino que su alma pasa a ese “Inferus”, en un descenso, en un misterio imposible de penetrar por la razón humana. Porque ahí, en ese Cuerpo inanimado, se encuentra unido el Verbo y lo mismo ocurre con su
alma. El Hijo de Dios se somete plenamente a la ley del morir humano. Los dolores de muerte de Jesús solo desaparecen cuando el Padre lo resucita.”
“En esa solidaridad del descenso a los Infiernos no hay actividad alguna. Se trata de una auténtica solidaridad, es decir se encuentra como todo muerto antes de que estuviera abierto el camino hacia el cielo, sin que existiera una comunicación viva, en una auténtica soledad, en un abandono extremo: misterio totalmente incomprensible a nuestra mente. El que ha asumido voluntariamente todo pecado, todo padecimiento, todo sufrimiento, llega al extremo de asumir voluntariamente toda la impotencia, toda la soledad del muerto que tiene cerrado el camino del
cielo. Cristo desciende al Hades para rescatarnos del descenso al Hades. En este caso, solidaridad con los muertos significa “estar solo con”, ya que, entre los muertos, no hay comunicación viva. Jesús revela el abismo de la soledad del hombre pecador”16.
15 Ibid.
16 Cfr p.e., J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, cit., 263; H.U. v. Balthasar, El misterio pascual , en VV. AA. Mysterium Salutis, III/II, cit., 237-265.
“El alma de Cristo, en el triduo de la muerte, realizó una acción salvífica que, fundamentalmente, consistió en anunciar la consumación de la Redención a los justos y en la liberación de sus almas”15.
Cristo, dice Ratzinger, “pasó por la puerta de nuestra última soledad. En su pasión entró en el abismo de nuestro abandono. Allí donde no podemos oír ninguna voz está El. El infierno queda, de este modo, superado, es decir, ya no existe la muerte que antes era un infierno. El infierno y la muerte ya no son lo mismo que antes, porque la vida está en medio de la muerte, porque el amor mora en medio de ella. Sólo existe para quien experimenta la «segunda muerte» (Ap 20,14), es decir, para quien con el pecado se encierra voluntariamente en sí mismo. Para quien confiesa que Cristo descendió a los infiernos la muerte ya no conduce a la soledad; las puertas del Sheol están abiertas”.
“Al pecado del hombre le corresponde el castigo en el alma y en el cuerpo: el cuerpo quedaba inanimado y el alma, privada de la visión de Dios. En Cristo, solidario con todos los hombres en la muerte como pena de pecado, no solo su cuerpo queda inanimado y sepultado, sino que su alma pasa a ese “Inferus”, en un descenso, en un misterio imposible de penetrar por la razón humana. Porque ahí, en ese Cuerpo inanimado, se encuentra unido el Verbo y lo mismo ocurre con su
alma. El Hijo de Dios se somete plenamente a la ley del morir humano. Los dolores de muerte de Jesús solo desaparecen cuando el Padre lo resucita.”
“En esa solidaridad del descenso a los Infiernos no hay actividad alguna. Se trata de una auténtica solidaridad, es decir se encuentra como todo muerto antes de que estuviera abierto el camino hacia el cielo, sin que existiera una comunicación viva, en una auténtica soledad, en un abandono extremo: misterio totalmente incomprensible a nuestra mente. El que ha asumido voluntariamente todo pecado, todo padecimiento, todo sufrimiento, llega al extremo de asumir voluntariamente toda la impotencia, toda la soledad del muerto que tiene cerrado el camino del
cielo. Cristo desciende al Hades para rescatarnos del descenso al Hades. En este caso, solidaridad con los muertos significa “estar solo con”, ya que, entre los muertos, no hay comunicación viva. Jesús revela el abismo de la soledad del hombre pecador”16.
15 Ibid.
16 Cfr p.e., J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, cit., 263; H.U. v. Balthasar, El misterio pascual , en VV. AA. Mysterium Salutis, III/II, cit., 237-265.
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