MENSAJE DE D. MANUEL POZO, VICARIO EPISCOPAL.

D. Manuel Pozo Oller.
Vicario Episcopal.
Fragmento de fotografía realizada por D. Felipe Ortiz.
DEVOCIÓN Y LITURGIA
Hablar de devoción o devociones no es tema fácil en nuestros días. La palabra devoción no goza de buena prensa. Para muchas personas, incluso bautizadas, esta palabra evoca prácticas de otra época, incluso algunos van más lejos y hablan de “beatería”. Sin embargo, la fe del pueblo se ha alimentado durante mucho tiempo de estas manifestaciones y prácticas religiosas que guardan mucha relación con el afecto y los sentimientos.
En efecto, en la devoción a las veneradas imágenes y cultos propios de las hermandades y cofradías, se prima más los sentimientos que la razón, aquellas experiencias que se llevan impresos en el corazón y se viven cotidianamente, aquellas vivencias que se han recibido en muchos casos por tradición de nuestros mayores. De ahí nuestra identificación con las representaciones iconográficas de nuestra devoción particular porque despiertan en nosotros ciertamente páginas de Evangelio al tiempo que infinidad de vivencias personales y comunitarias.
No obstante la Iglesia siempre ha enseñado que las devociones son una prolongación de la vida litúrgica por lo que es evidente que las devociones privadas o públicas no deben en ningún caso reemplazar la celebración de los sacramentos y la participación en la eucaristía dominical
[1]. De este modo en tanto la liturgia expresa públicamente el culto que se tributa a Dios por toda la comunidad cristiana, las devociones, propuestas para alcanzar mayor perfección bien en su modo privado o público, tratan de expresar en la oración y en los actos de piedad el fervor de la vida interior de cada fiel cristiano o de un grupo asociado.
Las Hermandades y Cofradías deben tener asumido con claridad meridiana que el centro de la vida cristiana es la Eucaristía y, en el caso de Semana Santa, el centro son el conjunto de las celebraciones del Triduo Sacro de las que se sigue todo lo demás, incluidas las manifestaciones públicas de la fe o procesiones. Pero también hay que hacer notar que ambas, liturgia y devoción, son complementarias para la vida espiritual por lo que habrá que buscar espacios y armonizar el tiempo para lo uno y lo otro.
Además las devociones a nuestras imágenes sagradas, ciertamente, permiten a las personas y a los grupos humanos expresar de manera más concreta su fe y su vinculación a Dios, a Cristo y a la Virgen María. Escriben los teólogos que es lugar teológico la historia y, en consecuencia, nuestra historia personal y comunitaria, nuestras tradiciones, usos y costumbres son un medio excelente para vivir y expresar la fe con tal de que no la contradigan ni tampoco a las enseñanzas de la Iglesia. En palabras del venerable Juan Pablo II, “es la fe que se hace cultura”.
Las devociones, tanto privadas como públicas, hay que inscribirlas dentro de la espiritualidad de aquellos que ante el Señor se consideran pobres. Pobres son los que acuden a pedir una gracia ante nuestras imágenes; pobres son los enfermos que en su cabecera han colocado una estampa de nuestras imágenes titulares y la besan como la mejor de las oraciones; pobres son, en su mayoría, los que sostienen económicamente las Hermandades y Cofradías; pobres, en definitiva, somos todos ante la grandeza de amor de Jesucristo en la cruz y la donación sin par generosa del Padre en su propio Hijo hecho hombre para nuestra salvación.
Todos los años, en fechas tan significativas como lo son la santa Cuaresma y la Semana Santa, los cristianos agrupados en las asociaciones de fieles, tenemos la oportunidad de ofrecer al resto de la comunidad cristiana el ambiente propicio para revivir los misterios centrales de nuestra fe al tiempo que nuestras manifestaciones públicas de fe deben ser una posible llamada a personas que poseen una fe vacilante para que vuelvan a la práctica religiosas así como a abrazar la fe a aquellos que no conocen a Jesucristo. Las catequesis plásticas son una hermosa tarea para las hermandades y cofradías no exenta de gran responsabilidad puesto que nuestras procesiones, junto con las preparaciones espirituales que les preceden, deben ser hermosas catequesis que impulsen nuestra vida al seguimiento radical de Jesucristo y su Evangelio en la Iglesia.
Vistas así las cosas es evidente que no tiene por qué haber conflicto ni exclusión entre la sagrada liturgia y las devociones
[2]. Los dos ámbitos se complementan necesariamente. Algunas devociones nacieron de la liturgia y la catequesis o, al menos, fueron su fuente de inspiración. Y, al revés, la liturgia, después de engendrar a las devociones, se enriquece a su vez con ellas. En cualquier caso, estamos convencidos, que las manifestaciones devocionales del pueblo son siempre ocasión propicia para el primer anuncio de nuestra fe y la evangelización en general. A esta síntesis litúrgico-devocional que propongo nos invita el Concilio hablando de la Virgen Santísima cuando exhorta: “Recuerden, finalmente, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica (...)”[3] .
Termino con una recomendación en coherencia con lo expuesto más arriba. Los hermanos cofrades deben prepararse para vivir cristianamente el Misterio Pascual sabiendo que no hay mejor preparación que la vida en gracia de Dios alimentada con los sacramentos de la Penitencia y Eucaristía. Preparemos bien nuestros cultos cuaresmales. Asistamos a los actos de formación espiritual y oracionales programados en nuestras parroquias. Vivamos con fe y devoción nuestras procesiones.
¡Feliz Pascua de Resurrección!

Manuel Pozo Oller,
Vicario Episcopal


[1] SC 10
[2] En abril de 2002 dicté una conferencia en la Universidad de Almería dentro de un ciclo organizado en torno a la Religiosidad Popular que llevaba por título “Entre Liturgia y Procesión no hay contradicción” y en la que intenté profundizar sobre la tesis que enuncio más arriba.
[3] LG 67

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