En esta noche de paz en que Emmanuel (Dios con nosotros) ha nacido; recordamos las palabras del ángel a los pastores:
«No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo:
os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»
Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo:
«Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.»(Lc 2. l4).
os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»
Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo:
«Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.»(Lc 2. l4).
«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado», está escrito en el texto de Isaías (Is 9, 5). En este Niño ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación a todos los hombres. Esta gracia es ante todo él mismo, el Hijo unigénito del Padre eterno, que en esta hora se hace hombre naciendo de una mujer. Su nacimiento en Belén constituye el primer momento de la gran revelación de Dios en Cristo. Los pastores llegan al establo y encuentran «al Salvador del mundo, que es Cristo el Señor» (cf. Lc 2, 11). Y aunque sus ojos ven a un recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre, en aquel signo reconocen, gracias a la luz interior de la fe, al Hijo del Padre eterno. En él se manifiesta el amor de Dios por el hombre, por toda la humanidad. Aquel que nace en la noche de Belén viene al mundo para «entregarse por nosotros, para rescatarnos de toda impiedad, y para prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras» (Tt 2, 14).
En la liturgia navideña la palabra paz tiene también otro significado más profundo. Se refiere a la nueva alianza de Dios con los hombres, a su renovación y cumplimiento definitivo. Si la alianza de Dios con los hombres es una realidad que abarca toda la historia de la salvación, no es posible hallar una expresión más plena que esta: Dios ha acogido en sí mismo a la humanidad asumiéndola en la Persona única del Hijo. De este modo Cristo ha unido en sí lo divino y lo humano, como fundamento perenne y estable de la paz y de la eterna alianza. Por esto la Iglesia entera entona en esta noche un cántico nuevo:
«¡Gloria a ti, Dios hecho hombre, y paz a los hombres salvados por tu amor!»
«¡Gloria a ti, Dios hecho hombre, y paz a los hombres salvados por tu amor!»
Amén.
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