EL REPARTO DEL PAN
En el episodio evangélico del reparto de pan entre la multitud (Jn 6,1-15) hay una gran influencia del relato de milagro del profeta Eliseo (2 Re 4,42-44), de las referencias de las acciones de Jesús sobre el pan y el vino en la última cena, y de la repetición regular de las palabras y acciones eucarísticas de Jesús en el culto cristiano primitivo. Con ello el evangelio expresa el dinamismo misionero que la presencia del Señor Jesús imprime en sus discípulos al implicarlos directamente en el partir el pan y repartirlo entre las multitudes hambrientas. Hoy podemos decir que el pan partido y compartido es un milagro al alcance de la humanidad y se convierte en un signo que nos da la vida, que refuerza la fraternidad y la solidaridad entre los cristianos y nos interpela sobre el hambre y la miseria que sufren grandes masas de la humanidad.
Pero trascendiendo el género literario de milagro y la historicidad de los hechos narrados en los evangelios acerca del reparto organizado y solidario del pan como don y signo del Reino de Dios lo esencial es la manifestación del Mesías Jesús a través de un signo y una enseñanza que hoy constituyen una auténtica alternativa al sistema social del mundo globalizado. Lo admirable no es la «multiplicación» de panes, sino su «reparto» entre los necesitados. El milagro no consiste en multiplicar sino en dividir. Lo que es digno de admiración y rompe la lógica matemática es el pan compartido y repartido. Y este pan compartido sacia a todos. Éste es el gran milagro que la Iglesia proclama desde el Evangelio y desde la Eucaristía. Frente al milagro diabólico del enriquecimiento capitalista que consiste en multiplicar y superproducir, manteniendo el crecimiento económico como objetivo prioritario del sistema, a costa de los empobrecidos, el milagro evangélico del reparto del pan, en su realidad histórica y simbólica, consiste en dividir y compartir. La Eucaristía es sacramento que anuncia y anticipa una nueva realidad mesiánica, proclamando la muerte de Jesús, un cuerpo roto, como dinamismo liberador en una humanidad injusta y en una sociedad consumista.
En descampado y abatida está también hoy la mayor parte de la humanidad, carente de las necesidades más vitales, sin pan y sin casa. Benedicto XVI acaba de decir en Caritas in Veritate, 27: «En la era de la globalización, eliminar el hambre en el mundo se ha convertido también en una meta que se ha de lograr para salvaguardar la paz y la estabilidad del planeta. El hambre no depende tanto de la escasez material, cuanto de la insuficiencia de recursos sociales, el más importante de los cuales es de tipo institucional. Es decir, falta un sistema de instituciones económicas capaces, tanto de asegurar que se tenga acceso al agua y a la comida de manera regular y adecuada desde el punto de vista nutricional, como de afrontar las exigencias relacionadas con las necesidades primarias y con las emergencias de crisis alimentarias reales, provocadas por causas naturales o por la irresponsabilidad política nacional e internacional».
Jesús invita a sus discípulos a realizar el milagro: «Dadles vosotros de comer». Probablemente ellos pensarían que el milagro consiste en multiplicar los alimentos, y creerían que el problema es comprar. En cambio Jesús no compra ni multiplica, sino que parte y reparte. Jesús les muestra que, más que «comprar», el camino a seguir es «organizarse», «partir» y compartir. Jesús da una lección excepcional para que nosotros aprendamos a hacer el milagro y resolvamos esa cuestión que la humanidad tiene pendiente: el hambre. Bendecir el pan significa comprender que los bienes que da la tierra, en especial los que son necesarios para vivir con dignidad, no nos pertenecen, sino que son don de Dios para toda la humanidad, y si obramos en consecuencia y compartimos lo que tenemos, si organizamos nuestras relaciones económicas de acuerdo con esta convicción, si superamos así la injusticia que estructura nuestro planeta, habrá pan para todos y sobrará. Por eso el reparto de los panes adquiere su pleno significado en el reparto del pan eucarístico.
26.07.09 JOSÉ CERVANTES
En el episodio evangélico del reparto de pan entre la multitud (Jn 6,1-15) hay una gran influencia del relato de milagro del profeta Eliseo (2 Re 4,42-44), de las referencias de las acciones de Jesús sobre el pan y el vino en la última cena, y de la repetición regular de las palabras y acciones eucarísticas de Jesús en el culto cristiano primitivo. Con ello el evangelio expresa el dinamismo misionero que la presencia del Señor Jesús imprime en sus discípulos al implicarlos directamente en el partir el pan y repartirlo entre las multitudes hambrientas. Hoy podemos decir que el pan partido y compartido es un milagro al alcance de la humanidad y se convierte en un signo que nos da la vida, que refuerza la fraternidad y la solidaridad entre los cristianos y nos interpela sobre el hambre y la miseria que sufren grandes masas de la humanidad.
Pero trascendiendo el género literario de milagro y la historicidad de los hechos narrados en los evangelios acerca del reparto organizado y solidario del pan como don y signo del Reino de Dios lo esencial es la manifestación del Mesías Jesús a través de un signo y una enseñanza que hoy constituyen una auténtica alternativa al sistema social del mundo globalizado. Lo admirable no es la «multiplicación» de panes, sino su «reparto» entre los necesitados. El milagro no consiste en multiplicar sino en dividir. Lo que es digno de admiración y rompe la lógica matemática es el pan compartido y repartido. Y este pan compartido sacia a todos. Éste es el gran milagro que la Iglesia proclama desde el Evangelio y desde la Eucaristía. Frente al milagro diabólico del enriquecimiento capitalista que consiste en multiplicar y superproducir, manteniendo el crecimiento económico como objetivo prioritario del sistema, a costa de los empobrecidos, el milagro evangélico del reparto del pan, en su realidad histórica y simbólica, consiste en dividir y compartir. La Eucaristía es sacramento que anuncia y anticipa una nueva realidad mesiánica, proclamando la muerte de Jesús, un cuerpo roto, como dinamismo liberador en una humanidad injusta y en una sociedad consumista.
En descampado y abatida está también hoy la mayor parte de la humanidad, carente de las necesidades más vitales, sin pan y sin casa. Benedicto XVI acaba de decir en Caritas in Veritate, 27: «En la era de la globalización, eliminar el hambre en el mundo se ha convertido también en una meta que se ha de lograr para salvaguardar la paz y la estabilidad del planeta. El hambre no depende tanto de la escasez material, cuanto de la insuficiencia de recursos sociales, el más importante de los cuales es de tipo institucional. Es decir, falta un sistema de instituciones económicas capaces, tanto de asegurar que se tenga acceso al agua y a la comida de manera regular y adecuada desde el punto de vista nutricional, como de afrontar las exigencias relacionadas con las necesidades primarias y con las emergencias de crisis alimentarias reales, provocadas por causas naturales o por la irresponsabilidad política nacional e internacional».
Jesús invita a sus discípulos a realizar el milagro: «Dadles vosotros de comer». Probablemente ellos pensarían que el milagro consiste en multiplicar los alimentos, y creerían que el problema es comprar. En cambio Jesús no compra ni multiplica, sino que parte y reparte. Jesús les muestra que, más que «comprar», el camino a seguir es «organizarse», «partir» y compartir. Jesús da una lección excepcional para que nosotros aprendamos a hacer el milagro y resolvamos esa cuestión que la humanidad tiene pendiente: el hambre. Bendecir el pan significa comprender que los bienes que da la tierra, en especial los que son necesarios para vivir con dignidad, no nos pertenecen, sino que son don de Dios para toda la humanidad, y si obramos en consecuencia y compartimos lo que tenemos, si organizamos nuestras relaciones económicas de acuerdo con esta convicción, si superamos así la injusticia que estructura nuestro planeta, habrá pan para todos y sobrará. Por eso el reparto de los panes adquiere su pleno significado en el reparto del pan eucarístico.
26.07.09 JOSÉ CERVANTES
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