SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN

Cristo de la buena muerte.
Parroquia de San Pedro Apóstol.
Almería.
Fotografía: D. Guillermo Méndez.
LA CONFESIÓN.
Cristo, médico del alma y del cuerpo, instituyó los sacramentos de la Penitencia y de la Unción de los enfermos, porque la vida nueva que nos fue dada por Él en los sacramentos de la iniciación cristiana puede debilitarse y perderse para siempre a causa del pecado. Por ello, Cristo ha querido que la Iglesia continuase su obra de curación y de salvación mediante estos dos sacramentos.
Este sacramento es llamado sacramento de la Penitencia, de la Reconciliación, del Perdón, de la Confesión y de la Conversión.
La penitencia puede tener expresiones muy variadas, especialmente el ayuno, la oración y la limosna. Estas y otras muchas formas de penitencia pueden ser practicadas en la vida cotidiana del cristiano, en particular en tiempo de Cuaresma y el viernes, día penitencial.
Los elementos esenciales del sacramento de la Reconciliación son dos: los actos que lleva a cabo el hombre, que se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, y la absolución del sacerdote, que concede el perdón en nombre de Cristo y establece el modo de la satisfacción.
Los actos propios del penitente son los siguientes: un diligente examen de conciencia; la contrición (o arrepentimiento), que es perfecta cuando está motivada por el amor a Dios, imperfecta cuando se funda en otros motivos, e incluye el propósito de no volver a pecar; la confesión, que consiste en la acusación de los pecados hecha delante del sacerdote; la satisfacción, es decir, el cumplimiento de ciertos actos de penitencia, que el propio confesor impone al penitente para reparar el daño causado por el pecado.
Se deben confesar todos los pecados graves aún no confesados que se recuerdan después de un diligente examen de conciencia. La confesión de los pecados graves es el único modo ordinario de obtener el perdón.
Todo fiel, que haya llegado al uso de razón, está obligado a confesar sus pecados graves al menos una vez al año, y de todos modos antes de recibir la sagrada Comunión.
La Iglesia recomienda vivamente la confesión de los pecados veniales aunque no sea estrictamente necesaria, ya que ayuda a formar una recta conciencia y a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo y a progresar en la vida del Espíritu.
(Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica).
La confesión fortalece el alma, pues una confesión realmente bien hecha -la confesión de un hijo que reconoce su pecado y retorna al Padre- produce siempre humildad y la humildad es fuerza.
Ustedes pongan en primer lugar la confesión y sólo después pidan una dirección espiritual, cuando lo crean necesario.
Para muchos de nosotros existe el peligro cierto de olvidar que somos pecadores y que como tales hemos de recurrir al confesionario. Hemos de sentir necesidad de hacer que la sangre de Cristo lave nuestros pecados.
Cuando, entre Cristo y yo, se produce un vacío, cuando mi amor está dividido, nada puede llenar tal vacío.
En la noche, al momento de acostarse, pregúntense: "¿Qué he hecho yo hoy a Jesús? ¿Qué he hecho yo hoy a Jesús? ¿Qué he hecho hoy con Jesús?". Les bastará simplemente mirar sus manos. Este es el mejor examen de conciencia.
(Madre Teresa de Calcuta).

MENSAJE DE D. MANUEL POZO, VICARIO EPISCOPAL.

D. Manuel Pozo Oller.
Vicario Episcopal.
Fragmento de fotografía realizada por D. Felipe Ortiz.
DEVOCIÓN Y LITURGIA
Hablar de devoción o devociones no es tema fácil en nuestros días. La palabra devoción no goza de buena prensa. Para muchas personas, incluso bautizadas, esta palabra evoca prácticas de otra época, incluso algunos van más lejos y hablan de “beatería”. Sin embargo, la fe del pueblo se ha alimentado durante mucho tiempo de estas manifestaciones y prácticas religiosas que guardan mucha relación con el afecto y los sentimientos.
En efecto, en la devoción a las veneradas imágenes y cultos propios de las hermandades y cofradías, se prima más los sentimientos que la razón, aquellas experiencias que se llevan impresos en el corazón y se viven cotidianamente, aquellas vivencias que se han recibido en muchos casos por tradición de nuestros mayores. De ahí nuestra identificación con las representaciones iconográficas de nuestra devoción particular porque despiertan en nosotros ciertamente páginas de Evangelio al tiempo que infinidad de vivencias personales y comunitarias.
No obstante la Iglesia siempre ha enseñado que las devociones son una prolongación de la vida litúrgica por lo que es evidente que las devociones privadas o públicas no deben en ningún caso reemplazar la celebración de los sacramentos y la participación en la eucaristía dominical
[1]. De este modo en tanto la liturgia expresa públicamente el culto que se tributa a Dios por toda la comunidad cristiana, las devociones, propuestas para alcanzar mayor perfección bien en su modo privado o público, tratan de expresar en la oración y en los actos de piedad el fervor de la vida interior de cada fiel cristiano o de un grupo asociado.
Las Hermandades y Cofradías deben tener asumido con claridad meridiana que el centro de la vida cristiana es la Eucaristía y, en el caso de Semana Santa, el centro son el conjunto de las celebraciones del Triduo Sacro de las que se sigue todo lo demás, incluidas las manifestaciones públicas de la fe o procesiones. Pero también hay que hacer notar que ambas, liturgia y devoción, son complementarias para la vida espiritual por lo que habrá que buscar espacios y armonizar el tiempo para lo uno y lo otro.
Además las devociones a nuestras imágenes sagradas, ciertamente, permiten a las personas y a los grupos humanos expresar de manera más concreta su fe y su vinculación a Dios, a Cristo y a la Virgen María. Escriben los teólogos que es lugar teológico la historia y, en consecuencia, nuestra historia personal y comunitaria, nuestras tradiciones, usos y costumbres son un medio excelente para vivir y expresar la fe con tal de que no la contradigan ni tampoco a las enseñanzas de la Iglesia. En palabras del venerable Juan Pablo II, “es la fe que se hace cultura”.
Las devociones, tanto privadas como públicas, hay que inscribirlas dentro de la espiritualidad de aquellos que ante el Señor se consideran pobres. Pobres son los que acuden a pedir una gracia ante nuestras imágenes; pobres son los enfermos que en su cabecera han colocado una estampa de nuestras imágenes titulares y la besan como la mejor de las oraciones; pobres son, en su mayoría, los que sostienen económicamente las Hermandades y Cofradías; pobres, en definitiva, somos todos ante la grandeza de amor de Jesucristo en la cruz y la donación sin par generosa del Padre en su propio Hijo hecho hombre para nuestra salvación.
Todos los años, en fechas tan significativas como lo son la santa Cuaresma y la Semana Santa, los cristianos agrupados en las asociaciones de fieles, tenemos la oportunidad de ofrecer al resto de la comunidad cristiana el ambiente propicio para revivir los misterios centrales de nuestra fe al tiempo que nuestras manifestaciones públicas de fe deben ser una posible llamada a personas que poseen una fe vacilante para que vuelvan a la práctica religiosas así como a abrazar la fe a aquellos que no conocen a Jesucristo. Las catequesis plásticas son una hermosa tarea para las hermandades y cofradías no exenta de gran responsabilidad puesto que nuestras procesiones, junto con las preparaciones espirituales que les preceden, deben ser hermosas catequesis que impulsen nuestra vida al seguimiento radical de Jesucristo y su Evangelio en la Iglesia.
Vistas así las cosas es evidente que no tiene por qué haber conflicto ni exclusión entre la sagrada liturgia y las devociones
[2]. Los dos ámbitos se complementan necesariamente. Algunas devociones nacieron de la liturgia y la catequesis o, al menos, fueron su fuente de inspiración. Y, al revés, la liturgia, después de engendrar a las devociones, se enriquece a su vez con ellas. En cualquier caso, estamos convencidos, que las manifestaciones devocionales del pueblo son siempre ocasión propicia para el primer anuncio de nuestra fe y la evangelización en general. A esta síntesis litúrgico-devocional que propongo nos invita el Concilio hablando de la Virgen Santísima cuando exhorta: “Recuerden, finalmente, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica (...)”[3] .
Termino con una recomendación en coherencia con lo expuesto más arriba. Los hermanos cofrades deben prepararse para vivir cristianamente el Misterio Pascual sabiendo que no hay mejor preparación que la vida en gracia de Dios alimentada con los sacramentos de la Penitencia y Eucaristía. Preparemos bien nuestros cultos cuaresmales. Asistamos a los actos de formación espiritual y oracionales programados en nuestras parroquias. Vivamos con fe y devoción nuestras procesiones.
¡Feliz Pascua de Resurrección!

Manuel Pozo Oller,
Vicario Episcopal


[1] SC 10
[2] En abril de 2002 dicté una conferencia en la Universidad de Almería dentro de un ciclo organizado en torno a la Religiosidad Popular que llevaba por título “Entre Liturgia y Procesión no hay contradicción” y en la que intenté profundizar sobre la tesis que enuncio más arriba.
[3] LG 67

MENSAJE DE MONSEÑOR GONZÁLEZ MONTES, OBISPO DE ALMERÍA.


Excmo. y Rvdmo. Sr. Dr. D. Adolfo González Montes.
Obispo de Almería.
Fragmento de fotografía realizada por D. Felipe Ortiz.
LA JUSTICIA DE DIOS.
Queridos cofrades y diocesanos:
Llega la Cuaresma y todos nos disponemos a recorrer con Cristo el itinerario del desierto a la mañana de gloria de la resurrección. El Triduo pascual se convierte en el foco del que dimana la luz que ilumina nuestra vida cristiana.
En este tiempo santo se nos da oportunidad de gracia para abrir los ojos de la fe al conocimiento del misterio de Dios, que es amor, esperando confiadamente el perdón de los pecados y la plena regeneración de nuestra vida; y estimulando la caridad, que abre los brazos al prójimo necesitado de nuestro amor.
Con la Cuaresma, la vida teologal del cristiano, iluminada por la luz pascual, desencadena actividades de piedad acendrada con los ojos puestos en la Semana Santa, a la cual se llega mediante la purificación cuaresmal. Toda la vida del cristiano se rejuvenece y se fortalece el testimonio de Cristo en el mundo. Los cuarenta días cuaresmales nos preparan para la Pascua, evocando aquellos cuarenta días de desierto que vivió Jesús antes de acudir a ser bautizado por Juan en el Jordán y presentarse ante Israel como el Enviado del Padre. La Cuaresma nos hace conscientes de la necesidad de purificación constante que requiere la vida del cristiano, llamado a conversión permanente, para que abandone el pecado y renuncie a vivir como si Dios no existiera. El tiempo cuaresmal nos ayuda a descubrir la voluntad de Dios, que no es arbitraria, sino camino abierto al bien y la felicidad del hombre. Su recorrido nos acerca a la bienaventuranza eterna, porque la conversión y purificación cuaresmal nos hace gratos a Dios y aparta el peligro de arruinar nuestra propia vida alejados definitivamente de Dios y de su amor, verdadera meta y fin del hombre, para el cual ha sido creado.
La Cuaresma llega este año de grave crisis social con un aldabonazo en el alma, que nos despierta a la necesidad de pan y trabajo de cuantos hermanos nuestros han perdido empleo y bienestar, poniendo en riesgo su vida personal y familiar, y dejando al descubierto el mal de una sociedad insegura, fiada de sí misma en la prosperidad. Un aldabonazo que nos hace caer en la cuenta de que sin valores morales, que tienen su fundamento trascendente en Dios, el hombre y la sociedad ponen en peligro sus mejores logros. El ocultamiento de Dios deja la vida humana sin horizonte, ciego para descubrir que, cuando el hombre hace de sí mismo la medida de todas las cosas, corre gravemente el riesgo de confundir el mundo con sus fantasías y quimeras. El hombre sin Dios sólo se proyecta a sí mismo sobre las cosas, culpablemente equivocado confunde sus deseos víctima de las concupiscencias, y pierde la libertad de elegir el bien. La ceguera del hombre sin Dios le lleva a creer que posee algo, cuando en realidad sólo tiene carencias y una deforme visión de Dios, del hombre y de la sociedad que ha creado a su medida.
El Papa Benedicto XVI nos propone en su carta para la Cuaresma las palabras de san Pablo: «La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo» (Romanos 3,22). Con ellas nos recuerda que hay una justicia de Dios que es distinta de la justicia de los hombres. Nosotros creemos ser justos cuando somos capaces de practicar una justicia distributiva que iguala a todos cubriendo las necesidades de cada cual, pero sólo Dios conoce de qué tiene cada ser humano necesidad. Por eso la Cuaresma viene a recordarnos que la invitación cuaresmal a practicar la justicia distributiva, que es imperativo moral inexcusable para gradar a Dios, debe llevar consigo la apertura de nuestra justicia a la justicia de Dios, revelada en la fe en Jesucristo. En la fe se comprende que la misericordia de Dios manifiesta su amor por nosotros al entregarnos a su Hijo, a quien hizo “instrumento de propiciación por su sangre” (Rom 3,25). Dios pasa por alto nuestro pecado y se muestra propicio a la misericordia con el pecador. Esta es su justicia, bien alejada de nuestro deseo de desquite.
El ayuno cuaresmal, para ser grato a Dios, tiene que ser ayuno de toda injusticia contra Dios y contra el prójimo, y tiene que ir acompañado de un hondo y sincero deseo de cumplir la voluntad de Dios, porque sólo Dios nos puede hacer justicia. ¿Quién podía hacer justicia al Crucificado, sino Dios su Padre que lo resucitó del sepulcro? Los pasos de Semana Santa narran la historia de justicia divina, que es la historia de la misericordia de Dios con nosotros.
Lo saben bien los cofrades de las hermandades penitenciales, que se aprestan a reproducir en imaginería de inigualable belleza la semejanza de Cristo, poniéndose de su lado cuando pasa bajo el peso de la injusticia de la cruz, y llorando con María Santísima el destino de dolor del mejor hijo de los hombres para que no impere la injusticia. Quiera Dios misericordioso que esta Cuaresma nos ayude a llegar a los misterios del Triduo pascual más justos y consecuentes con la justicia de Dios.
Almería, a 17 de febrero.
Miércoles de Ceniza.
Adolfo González Montes
Obispo de Almería

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA CUARESMA 2010


Su Santidad Benedicto XVI.

"LA JUSTICIA DE DIOS SE HA MANIFESTADO POR LA FE EN JESUCRISTO".

"Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo (cf. Rm 3,21-22).
Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra "justicia", que en el lenguaje común implica "dar a cada uno lo suyo" - "dare cuique suum", según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste "lo suyo" que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia "distributiva" no proporciona al ser humano todo "lo suyo" que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si "la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios" (De Civitate Dei, XIX, 21).

"El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: "Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre... Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas" (Mc 7,15. 20-21). Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene "de fuera", para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar -advierte Jesús- es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: "Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre" (Sal 51,7). Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?

En el corazón de la sabiduría de Israel encontramos un vínculo profundo entre la fe en el Dios que "levanta del polvo al desvalido" (Sal 113,7) y la justicia para con el prójimo. Lo expresa bien la misma palabra que en hebreo indica la virtud de la justicia: sedaqad,. En efecto, sedaqad significa, por una parte, aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel; por otra, equidad con el prójimo (cf. Ex 20,12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (cf. Dt 10,18-19). Pero los dos significados están relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe. No es casualidad que el don de las tablas de la Ley a Moisés, en el monte Sinaí, suceda después del paso del Mar Rojo. Es decir, escuchar la Ley presupone la fe en el Dios que ha sido el primero en "escuchar el clamor" de su pueblo y "ha bajado para librarle de la mano de los egipcios" (cf. Ex 3,8). Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (cf. Si 4,4-5.8-9), el forastero (cf. Ex 20,22), el esclavo (cf. Dt 15,12-18). Por lo tanto, para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un "éxodo" más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?

El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: "Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado... por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).

¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la "propiciación" tenga lugar en la "sangre" de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la "maldición" que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la "bendición" que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14). Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de "lo suyo"? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.

Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo "mío", para darme gratuitamente lo "suyo". Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia "más grande", que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.

Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica".
BENEDICTO XVI, PAPA
Vaticano, 30 de octubre de 2009

PRIMER VIACRUCIS PENITENCIAL

Besa pies al finalizar el Viacrucis

Viacrucis del Cristo Yacente en el Templo Parroquial de San Pedro Apóstol.
Almería.
PRIMER VIACRUCIS PENITENCIAL.
El primer Viacrucis penitencial que la Real y Muy Ilustre Hermandad del Santo Sepulcro y Nuestra Señora de los Dolores organiza, en el Templo Parroquial de San Pedro Apóstol, bajo la dirección se su Párroco y Consiliario, D. Esteban Belmonte; demuestra que, año tras año, se va consolidando entre los múltiples actos que las diferentes parroquias almerienses realizan durante la Cuaresma.
La gran afluencia de fieles a este primer acto de la Hermandad es un acicate y motivo de reflexión. Las hermandades somos una pieza mas del engranaje en la Vida de la Iglesia, y estamos comprometidas a dar Testimonio de Cristo.

SATABAT MATER

Impresionante fotografía de la Virgen de los Dolores realizada por D. Guillermo Méndez.

SATABAT MATER
1.Estaba la Madre dolorosa
junto a la Cruz, llorosa,
en que pendía su Hijo.
2.Su alma gimiente,
contristada y doliente
atravesó la espada.
3.¡Oh cuán triste y afligida
estuvo aquella bendita
Madre del Unigénito!
4.Languidecía y se dolía
la piadosa Madre que veía
las penas de su excelso Hijo.
5.¿Qué hombre no lloraría
si a la madre de Cristo viera
en tanto suplicio?
6.¿Quién no se entristecería
a la Madre contemplando
con su doliente Hijo?
7.Por los pecados de su gente
vio a Jesús en los tormentos
y doblegado por los azotes.
8.Vio a su dulce Hijo
muriendo desolado
al entregar su espíritu.
9.Ea, Madre, fuente de amor,
hazme sentir tu dolor,
contigo quiero llorar.
10.Haz que mi corazón arda
en el amor de mi Dios
y en cumplir su voluntad.
11.Santa Madre, yo te ruego
que me traspases las llagas
del Crucificado en el corazón.
12.De tu Hijo malherido,
que por mí tanto sufrió
reparte conmigo las penas.
13.Déjame llorar contigo
condolerme por tu Hijo
mientras yo esté vivo.
14.Junto a la Cruz contigo estar
y contigo asociarme
en el llanto es mi deseo.
15.Virgen de Vírgenes preclara
no te amargues ya conmigo,
déjame llorar contigo.
16.Haz que llore la muerte de Cristo,
hazme socio de su pasión,
haz que me quede con sus llagas.
17.Haz que me hieran sus llagas,
haz que con la Cruz me embriague,
y con la Sangre de tu Hijo.
18.Para que no me queme en las llamas,
defiéndeme tú, Virgen santa,
en el día del juicio.
19.Cuando, Cristo, haya de irme,
concédeme que tu Madre me guíe
a la palma de la victoria.
20.Y cuando mi cuerpo muera,
haz que a mi alma se conceda
del Paraíso la gloria.
Amén.

VIACRUCIS

CAMINO DE LA CRUZ.
D. Esteban Belmonte, Párroco de San Pedro Apóstol y Consiliario de la Real y Muy Ilustre Hermandad del Santo Sepulcro y Nuestra Señora de los Dolores, dirige el Santo Viacrucis que, como ya es tradicional, organiza nuestra Hermandad, con la Imagen titular del Cristo Yacente, durante la Cuaresma.
Los Viacrucis tendrán lugar los viernes 19 y 26 de febrero, y 5, 12 y 19 de marzo de 2010, tras la Misa de 19:30 horas en el Templo Parroquial de San Pedro Apóstol de Almería.
Este hermoso Viacrucis es el único momento del año en que quienes lo deseen, pueden portar en andas al Cristo Yacente durante alguna de las catorce estaciones.
Al finalizar, a los pies del Altar Mayor, podrán besar la Imagen, expuesta a partir de este primer viernes de Cuaresma fuera de la urna en su Capilla.
Desde este blog os invitamos a asistir a este momento de preparación al misterio de la Resurreción de Nuestro Señor.

MIÉRCOLES DE CENIZA.

COMIENZA LA CUARESMA.
La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.
La Cuaresma dura 40 días; comienza el Miércoles de Ceniza y termina el Domingo de Ramos, día que se inicia la Semana Santa. A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios.
El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.
La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.
En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades.
La práctica de la Cuaresma data desde el siglo IV, cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión.
D/A.
Información obtenida en: http://sembradoresdelapaz.nireblog.com/

MADRE DEL SALVADOR

Virgen de los Dolores.
Real y Muy Ilustre Hermandad del Santo Sepulcro y Nuestra Señora de los Dolores.
Fotografía: D. Jesús López Morente.
Virgen de los Dolores vestida de hebrea.
Fotografía: D. Jesús lópez Morente.
Magistral arreglo el realizado por D. Álvaro Abril para la Cuaresma.
Fotografía: D. Jesús López Morente.
Detalle del pañuelo de la Virgen de los Dolores.
Fotografía: D. Jesús López Morente.

VESTIDA DE HEBREA.
Cuando ya es inminente la llegada de la Cuaresma, D. Álvaro Abril nos vuelve a sorprender con este arreglo de la Virgen de los Dolores. La imagen estrena vestido, realizado por las camareras de la hermandad en tercipelo morado, y un nuevo fajín, de raso de seda con estampado de paramecios en plata y negro, y forro en seda granate, realizado en el taller granadino de D. Jairo Díaz.
El rostro se enmarca con tisú de seda natural blanco roto.
Llama la atención la manera de colocar el pañuelo; la permanente investigación de D. Álvaro recupera esa tradición extinguida.

FESTIVIDAD DE SAN VALENTÍN

San Valentín bautizando a Santa Lucilla.
(Jacopo Bassano).
FESTIVIDAD DE SAN VALENTÍN, 14 de febrero.
San Valentín fue martirizado en la Vía Flaminia (año 270). El Papa Julio I (siglo IV) ordenó construir en ese lugar una basílica en su honor, junto a la Puerta del Popolo, que en el siglo XII fue conocida como Puerta de San Valentín.
Sus restos mortales descansan actualmente en la basílica de ese mismo nombre, en la ciudad de Terni (Italia).
En muchos momentos de la historia de la Iglesia se han desatado verdaderas obsesiones por la posesión de todo tipo de reliquias. Como consecuencia de esa costumbre, se produjeron una serie de circunstancias que dieron lugar a una de las leyendas más divulgadas en la ciudad de Almería.
En el siglo XVIII se descubrieron en Roma unas catacumbas en las que se habían enterrados los cuerpos de antiguos cristianos. El anonimato de muchos de aquellos peregrinos que acudían a la Ciudad Santa para rezar ante la tumba de San Pedro hizo que se organizaran sus sepulturas en dos grupos diferentes, bajo las designaciones de:
- Peregrinus in pacem, cuando eran ejecutados o asesinados por los romanos.
- Valentinus in pacem, los que la crueldad en la forma de darles muerte los convertían en mártires.
Debemos a Don Juan López, canónigo-archivero de la Catedral de la Encarnación (Almería) la aclaración definitiva sobre esta cuestión (1965) que estaba creando confusión al producirse un fenómeno de sincretismo entre dos realidades diferentes.
Según nos cuenta, en el año 1779 fue exhumado de la catacumba número nueve del cementerio de San Ciriaco (Roma) el cuerpo de uno de estos mártires “valentinus” (del latín, valiente), tal y como dan testimonio documentos de la época.
Entregado como reliquia a Francisco Antonio Gutiérrez, este padre agustino la lleva a Cádiz. Informado de su existencia, el arcipreste Vicente González consigue que le sea trasferida y que viaje hasta Almería, donde le pondrá un oratorio en su propio domicilio, situado en la calle “Marianas”, de la capital.
El día 13 de Agosto de 1781 consigue la facultad de que le pueda ser rendido culto público, concedida por Don Gregorio Hermida. Un año después es trasladada a la catedral y colocada en una urna de bronce bajo el altar de San Indalecio, Patrón de la ciudad. Era expuesta al público el día 14 de Febrero (en el que se le ofrecía una misa) , el día de San Indalecio (15 de Mayo) y en el que se exhibía el cuerpo de Santa Cándida en el Convento de las Puras
Cuando durante la Guerra Civil española la Guardia de Asalto saqueó la catedral, al ir a destruir lo que pensaban que era una imagen, descubrieron que se trataba de los restos de un ser humano. El cuerpo estaba recubierto de cera, tal y como era costumbre conservarlo para ser mostrado al público y eso hizo que lo confundieran con alguna talla religiosa.
Respetando esos restos mortales, los llevaron al cuartel. No se sabe muy bien si pudo estar algún tiempo en el Monasterio de las Puras. El caso es que, finalmente y para terminar con el problema, fue enterrado en algún lugar del claustro de la catedral
El verdadero San Valentín nunca estuvo en España y mucho menos en tierras almerienses, por lo que no existe ni la más remota posibilidad de que la leyenda tenga ninguna base histórica.
Sin embargo, son muchos los que acuden al claustro para pedirle favores al Santo. Favores que en algunos casos, parece que les son concedidos.
A veces la historia se encarga de destruir leyendas, lo importante es el acercamiento a este "Santo de los enamorados". En espíritu está en tanto le recemos y, desde ese prisma, la leyenda continúa.
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EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (10)

Escudo de Benedicto XVI.

EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO(10)
“El alma de Cristo, en el triduo de la muerte, realizó una acción salvífica que, fundamentalmente, consistió en anunciar la consumación de la Redención a los justos y en la liberación de sus almas”15.
Cristo, dice Ratzinger, “pasó por la puerta de nuestra última soledad. En su pasión entró en el abismo de nuestro abandono. Allí donde no podemos oír ninguna voz está El. El infierno queda, de este modo, superado, es decir, ya no existe la muerte que antes era un infierno. El infierno y la muerte ya no son lo mismo que antes, porque la vida está en medio de la muerte, porque el amor mora en medio de ella. Sólo existe para quien experimenta la «segunda muerte» (Ap 20,14), es decir, para quien con el pecado se encierra voluntariamente en sí mismo. Para quien confiesa que Cristo descendió a los infiernos la muerte ya no conduce a la soledad; las puertas del Sheol están abiertas”.
“Al pecado del hombre le corresponde el castigo en el alma y en el cuerpo: el cuerpo quedaba inanimado y el alma, privada de la visión de Dios. En Cristo, solidario con todos los hombres en la muerte como pena de pecado, no solo su cuerpo queda inanimado y sepultado, sino que su alma pasa a ese “Inferus”, en un descenso, en un misterio imposible de penetrar por la razón humana. Porque ahí, en ese Cuerpo inanimado, se encuentra unido el Verbo y lo mismo ocurre con su
alma. El Hijo de Dios se somete plenamente a la ley del morir humano. Los dolores de muerte de Jesús solo desaparecen cuando el Padre lo resucita.”
“En esa solidaridad del descenso a los Infiernos no hay actividad alguna. Se trata de una auténtica solidaridad, es decir se encuentra como todo muerto antes de que estuviera abierto el camino hacia el cielo, sin que existiera una comunicación viva, en una auténtica soledad, en un abandono extremo: misterio totalmente incomprensible a nuestra mente. El que ha asumido voluntariamente todo pecado, todo padecimiento, todo sufrimiento, llega al extremo de asumir voluntariamente toda la impotencia, toda la soledad del muerto que tiene cerrado el camino del
cielo. Cristo desciende al Hades para rescatarnos del descenso al Hades. En este caso, solidaridad con los muertos significa “estar solo con”, ya que, entre los muertos, no hay comunicación viva. Jesús revela el abismo de la soledad del hombre pecador”16.
15 Ibid.
16 Cfr p.e., J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, cit., 263; H.U. v. Balthasar, El misterio pascual , en VV. AA. Mysterium Salutis, III/II, cit., 237-265.
Dr. Enrique Cases
Sacerdote

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EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (9)

Viernes Santo 2009.
Real y Muy Ilustre Hermandad del Santo Sepulcro y Nuestra Señora de los Dolores.
Almería.
Fotografía: D. Felipe Ortiz.
EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (9)
“El descenso a los infiernos forma parte de cuanto se contiene en la afirmación de que Cristo "fue sepultado". En efecto, así como la sepultura manifiesta la condición del cuerpo sin vida, el descenso a los infiernos manifiesta que el alma de Cristo ha penetrado verdaderamente en ese misterio que se designa con la expresión "reino de los muertos". Jesús está muerto verdaderamente durante tres días: la muerte le ha afectado en toda su humanidad, en el cuerpo y en el alma, en la forma en que afecta a todo hombre que muere. La Iglesia confiesa que el alma humana es inmortal, es decir, que el espíritu humano pervive después de la muerte. Ello no quiere decir, sin embargo, que la muerte no “afecte” también gravemente al alma. Incluso hablando en lenguaje clásico es necesario decir que, separada del cuerpo, del cual ella es esencialmente su forma, el alma tras la muerte queda en estado “contra naturam”. Jesús, durante esos tres días, se encuentra entre los muertos".
“Refiriéndose a la resurrección del Señor, el Nuevo Testamento utilizará con frecuencia la fórmula "resucitar de entre los muertos". Observó las leyes de la muerte para llegar a ser “primogénito de los muertos". Mirando a fondo la tradición bíblica y teológica, el descenso a los infiernos es también expresión de la regia soberanía de Cristo sobre la muerte y sobre los muertos. De ahí que generalmente la teología haya considerado que, en este descenso, Jesús aporta la redención a los justos que ya habían muerto, es decir, que les aplica la redención con su bajada a los infiernos. De este modo Cristo es el «primogénito de entre los muertos», pues estuvo «muerto pero ahora está vivo por los siglos» tras haber resucitado, teniendo «las llaves de la muerte y del hades» (Col 1,18; Ap 1,18). Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de los muertos y de los vivos. Es Señor de toda realidad de muerte, vencedor y libertador del demonio y del pecado”.
“Ha sido habitual en la exégesis la interpretación de que en su "descenso a los infiernos" tuvo por fin el liberar las almas de los justos que esperaban el santo advenimiento, siguiendo el difícil texto de 1Pet 3,18-19. Los Santos Padres destacan el carácter voluntario de este descenso: bajó libremente, sin que la muerte lo retuviera. Santo Tomás apunta entre otras razones que era conveniente que Jesús descendiese a los infiernos, para que, "vencido el Maligno por la Pasión, arrebatase los presos que había detenidos en el infierno", y para que "así como demostró en la tierra su poder viviendo y muriendo, así también lo mostrase en el infierno, visitándolo e iluminándolo (...). Y así al nombre de Jesús “se doblase toda rodilla, no sólo en el cielo, sino también en el infierno” (cfr Fil., 2, 10)"14.
14 Sto. Tomás de Aquino, STh III, q. 52, a. 1.
Dr. Enrique Cases
Sacerdote

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EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (8)

Anástais.
Icono de Dodekaorton. (1535)
Theophanes de Creta.
EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (8).
“En la Iglesia de Oriente hay toda una teología sobre este descendimiento de Cristo a los Infiernos que se halla particularmente reflejada en los Iconos, bajo el tema de la anástasis: la visita de Jesús a los Infiernos es lo que posibilita el rescate de Adán y Eva. Este descendimiento subraya que nada queda al margen de la redención, sino que Cristo alcanza hasta la raíz del pecado y de la muerte”12.
“Para el Oriente, la imagen de la Redención es la bajada de Jesús a los infiernos: la apertura violenta de la puerta eternamente cerrada, la mano del Redentor tendida hacia el primer Adán. Los grandes iconos orientales muestran a Cristo bajando a los infiernos. Se rompen las rocas para abrir el camino de los abismos. El soplo del Espíritu alza la vestidura de Cristo y le rodea un nimbo de gloria. Las puertas del infierno, bien aseguradas, se vienen abajo. El diablo huye. Y aparece la muchedumbre innumerable de los muertos, de los santos y de los pecadores, de los profetas y los patriarcas, que tienden sus manos hacia Cristo, descubriendo todos en Él al Salvador. Su luz atraviesa las tinieblas y transfigura ya sus rostros. Y al final del abismo, Adán, el primer hombre, el primer padre, el primer pecador, que tiende los brazos hacia su Salvador”.
“También Occidente conoce una tradición iconográfica no menos elocuente. Los Cristos de marfil del siglo XVII ó XVIII tienen a sus pies un cráneo y dos tibias entrecruzadas. Su significado hunde sus raíces en tradiciones de la Edad Media. Según una tradición, Jesús habría muerto en el mismo lugar en que Adán había sido enterrado, de tal forma que su sangre había corrido sobre los huesos de nuestro primer padre Adán. Los restos de esqueleto al pie de la cruz simbolizan aquel encuentro de Jesús con Adán en su bajada a los infiernos”13. En el Santo Sepulcro de Jerusalén se ve desde una ventanilla una grieta en la roca evocando esa tradición.
“El descenso al sheol o a los infiernos tiene un primer y obvio significado: Jesús comparte la muerte con los que han muerto, cumple "las leyes" de la muerte, de tal forma que se pueda decir con verdad que resucita de entre los muertos”.
12 Ibid.
13 Ibid.

Dr. Enrique Cases
Sacerdote
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PREGONERO 2010

D. Antonio Salinas.
Hermano Mayor de la Muy Antigua, Pontifica,
Real e Ilustre Hermandad de la Santísima Virgen del Mar de Almería.
Fotografía: D. Guillermo Méndez.
D. Antonio Salinas, Hermano Mayor de la Muy Antigua, Pontificia, Real e Ilustre Hermandad de la Santísima Virgen del Mar , Patrona de Almería; ha aceptado ser el Pregonero, para este año 2010, de la Real y Muy Ilustre Hermandad del Santo Sepulcro y Nuestra Señora de los Dolores, Hermandad Oficial de la Semana Santa almeriense.
La presentación correrá a cargo del anterior Pregonero, D. Ramón Navarrete-Galiano, cuyo Pregón, presentado por la periodista almeriense Dña. Mar Arteaga, fue el primero en la historia de nuestra Hermandad.
Tanto D. Ramón Navarrete-Galiano como Dña. Mar Arteaga son cofrades de nuestra Hermandad.

EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (7)

Real y Muy Ilustre Hermandad del Santo sepulcro
y Nuestra Señora de los Dolores.
Viernes Santo 2009.
Fotografía: D. Felipe Ortiz.
EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (7)
“Cuando, en el tiempo de la paciencia, Dios había dejado pasar los pecados, su tolerancia no consistía en dejar impunes esos pecados, sino en no realizar todavía la redención. Su fin era manifestar totalmente esa justicia en Jesús. En ese tiempo de paciencia Dios ha dejado pasar los pecados, no ya absteniéndose de castigarlos y reservando un castigo ulterior, sino absteniéndose de borrarlos con miras a un perdón que no tendría lugar sino en Cristo. El amor salvífico retardaba su despliegue pero habiendo predeterminado ya todo en Cristo”11.
San Pedro en el discurso recogido en los Hechos cita parte del Salmo 15, como referido a Cristo: “Tenía siempre al Señor ante mis ojos…porque no dejarás a mi alma permanecer en el infierno, ni dejaras que tu Santo vea la corrupción” (Act 2, 27-31). San Pablo escribe:” pero la justicia que viene de la fe dice ‘No digas en tu corazón ¿Quién subirá al cielo?’ –esto es, para bajar a Cristo-; o ‘¿quién bajará al abismo?’ –esto es para subir a Cristo desde los muertos” ( Rom 10, 6-7). En su primera epístola, ya citada, podemos leer “Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu. En el espíritu fue también a predicar a los espíritus encarcelados, en otro tiempo incrédulos, cuando les esperaba la paciencia de Dios, en los tiempos en que Noé construía el Arca, en la que unos pocos, es decir ocho personas fueron salvadas a través del agua; a ésta corresponde ahora el bautismo que os salva... (1 Pe 3,1.18ss) Por eso, “hasta a los muertos se ha anunciado la Buena Nueva, para que, condenados en carne según los hombres, vivan en espíritu según Dios” (1 Pe 4, 61 ).
11 Jean Galot. Jesús, liberador, Centro de Estudios de teología espiritual, Madrid. 1982, p. 18
Dr. Enrique Cases
Sacerdote
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EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (6)

Viernes de Dolores año 2009.
Parroquia de San Pedro Apóstol. Almería.
Fotografía: D. Guillermo Méndez.
EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (6).
Desde este punto de vista se puede entender mejor el Sábado Santo de la Virgen María. No es entendible solamente desde la experiencia de la madre que pierde el hijo inocente estando presente en el suplicio injusto y lo tiene muerto entre sus brazos. Ella está realmente unida a su Hijo y experimenta la muerte, no sólo su muerte, sino una soledad mortal estando viva. Su fe es de noche más noche que la “noche oscura del alma” cantada por San Juan de la Cruz. Es la noche de la muerte, creyendo contra toda esperanza humana. “En esa condición de hombre verdadero sufrió enteramente la suerte del hombre, hasta la muerte, a la que habitualmente sigue la sepultura, al menos en el mundo cultural y religioso en el que se insertó y vivió. La sepultura de Cristo es, pues, objeto de nuestra fe en cuanto nos propone de nuevo su misterio de Hijo de Dios que se hizo hombre y llegó hasta el extremo del acontecer humano”7.
El cuerpo muerto de Cristo no sufrió corrupción en el sepulcro. La sepultura de Cristo es consecuencia y complemento de su muerte y, por lo tanto, tiene también carácter salvífico. “El sepulcro es la última etapa del morir de Cristo en el curso de su vida terrena; es signo de su sacrificio supremo por nosotros y por nuestra salvación”8.
“El inciso "descendió a los infiernos" no se introduce en el Símbolo hasta finales del siglo IV. En el siglo XIII dos concilios ecuménicos mencionan solemnemente el "descendimiento a los infiernos" y en el concilio IV de Letrán se puntualiza que "bajó en el alma y resucitó en la carne. Jesús desciende al infierno y va solo el alma de Cristo, separada del cuerpo, porque estaba muerto”9.
“El Señor baja a las profundidades del abismo y esta ida al sheol es un acontecimiento salvífico. Sería un error grave interpretar este hecho diciendo que Cristo, al bajar al Hades ha vaciado el infierno y ha salvado ya a todos los hombres de todos los tiempos. El Señor se muestra a todos los muertos y desde allí es glorificado y hecho Señor de cielo e infierno. Antes de la resurrección no puede haber infierno ni purgatorio ni se encuentra abierto el camino del cielo. Solo existe el sheol, el Hades. El alma de Jesús se encuentra entonces en el sheol junto a las almas de todos los hombres muertos antes de esa hora. Desde allí Él, vencedor de la muerte en su resurrección, va a abrir el camino que ya podrán seguir todos aquellos que en su vida terrena se dejaron guiar por Dios, todas las almas de aquellos que habían muerto deseando ver su venida”10.

7 Juan Pablo II, Audiencia General , Vaticano, 11.01.1989
8 Juan Pablo II, Via Crucis 14, Coliseo – Roma, 21.04.2000.
9 Anónimo actual
10 Ibid.
Dr. Enrique Cases
Sacerdote
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EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (5)

Veneración a Cristo Yacente.
Viernes de Dolores 2009.
Parroquia de San Pedro Apóstol. Almería.
Fotografía: D. Guillermo Méndez.
EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (5)
¿Qué ocurre el Sábado Santo en el Santo Sepulcro donde descansa el Cuerpo de Jesús, el Cuerpo de Dios con el alma de Jesús, alma human de Dios? ”También su alma debía permanecer solidariamente con las almas de los muertos, en el Hades, tanto tiempo como su cuerpo permanecía en la tumba”.
“Al pecado del hombre le corresponde el castigo en el alma y en el cuerpo. El cuerpo quedaba inanimado y el alma, privada de la visión de Dios. En Cristo, solidario con todos los hombres en la muerte como pena de pecado, no solo su cuerpo queda inanimado y sepultado, sino que su alma pasa a ese “Inferus”, en un descenso, en un misterio imposible de penetrar por la razón humana. Porque ahí, en ese Cuerpo inanimado, se encuentra unido el Verbo y lo mismo ocurre con su alma. El Hijo de Dios se somete plenamente a la ley del morir humano. Los dolores de muerte de Jesús solo desaparecen cuando el Padre lo resucita”.
“En esa solidaridad del descenso a los Infiernos no hay actividad alguna. Se trata de una auténtica solidaridad, es decir se encuentra como todo muerto antes de que estuviera abierto el camino hacia el cielo, sin que existiera una comunicación viva, en una auténtica soledad, en un abandono extremo: misterio totalmente incomprensible a nuestra mente. El que ha asumido voluntariamente todo pecado, todo padecimiento, todo sufrimiento, llega al extremo de asumir voluntariamente toda la impotencia, toda la soledad del muerto que tiene cerrado el camino del cielo. Cristo desciende al Hades para rescatarnos del descenso al Hades. En este caso, solidaridad con los muertos significa “estar solo con”, ya que, entre los muertos, no hay comunicación viva”.
“Tratar de penetrar en la conciencia de Cristo, capaz de sentir el dolor en su Pasión y muerte como ningún hombre es capaz de sentir el dolor. Capaz de sentir la soledad como ningún muerto es capaz de sentir su soledad. Capaz de sentir la soledad del infierno: sentir la soledad, que no la desesperación, sino todo lo contrario: saber que ese sentimiento de soledad es por amor al Padre y no importar por ello ni el tiempo ni la intensidad, porque lo que importa es el amor, la unión de su voluntad a la Voluntad del Padre. Si se le ama más al Padre con ese sentimiento de soledad eterna ¡Sea bendita la soledad!”6
6 Ibid.
Dr. Enrique Cases
Sacerdote
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EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (4)

Viernes de Dolores año 2009.
Parroquia de San Pedro Apóstol. Almería.
Fotografía: D. Guillermo Méndez.
EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (4)
Me dormí en la cruz y la lanza penetró en mi costado (Jn 19,34), por ti, que en el paraíso dormiste y de tu costado salió Eva (Gén 2,21-22). Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño de la muerte. Mi lanza ha eliminado la espada de fuego que se alzaba contra ti (Gén 3,24).
¡Levántate, salgamos de aquí! El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí que comieras «del árbol de la vida» (Gén 3,22), símbolo del árbol verdadero: «¡Yo soy el verdadero árbol de la vida!» (Jn 11,25; 14,6) y estoy unido a ti. Coloqué un querubín, que fielmente te vigilara, ahora te concedo que los ángeles, reconociendo tu dignidad, te sirvan.
Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y desde toda la eternidad preparado el Reino de los cielos”.
“Cristo, perfecto hombre, no es un hombre sin más, un mero hombre. Su cuerpo y su alma son cuerpo y alma de Dios. Esta realidad ha de tenerse en cuenta también en los acontecimientos de la muerte y de la sepultura de Jesús: quien muere y es sepultado es el dueño de la vida y de la muerte. La gravedad metafísica que comporta la muerte —por la muerte Cristo deja de ser hombre en el sentido de que sólo se le puede llamar hombre muerto—, y la pasividad esencial a la muerte, se encuentran acompañadas por un completo señorío de Cristo sobre la propia vida
corporal”.
“Después que Cristo expiró en la Cruz, el cuerpo quedó separado del ánima aunque hemos de tener siempre presente que ambos se encuentran unidos a la divinidad. Hay una escisión del cuerpo y del alma de Cristo como resultado de la muerte. El cuerpo y el alma son dos principios constituyentes de nuestra existencia: el cuerpo como principio que da forma y concreción a la realidad que somos, mientras que el alma es el principio dinámico, que pone vida y movimiento a eso mismo que somos. Los efectos de la muerte son los de desgarrar, separando aquello que está llamado a estar unido. Se cumplen, pues, en la muerte de Jesús las características esenciales a toda muerte humana. Entre estas características, se encuentra el que se da separación entre el alma y el cuerpo; es decir, el cuerpo queda sin vida y pierde las operaciones vitales. Decir que Jesús murió verdaderamente equivale a afirmar que su cuerpo quedó inerte, sin operaciones vitales. Equivale también a afirmar que durante los días en que estuvo muerto, en cierto sentido dejó de ser hombre, pues no se llama hombre ni sólo al cuerpo, ni sólo al alma, sino a la unión de alma y cuerpo”.

“Jesús está tres días, no completos, muerto. Resucita al tercer día. Le entierran en muy poco tiempo. Muere el viernes a las tres de la tarde y le entierran antes de la puesta de sol. Está sepultado pocas horas del viernes, el sábado, y resucita el domingo. Cristo durante ese tiempo está encerrado en la tierra, sepultado, en forma de semilla. Durante su muerte, la Redención sigue”.
“Jesús muerto sigue unido a la Divinidad con su unión hipostática. Jesús quiso estar tres días en el sepulcro. Es como una gran prueba de fe y de esperanza para nosotros. Jesús está sepultado, santificando al mundo desde dentro del mundo, desde dentro de la tierra. Es como si el mundo hubiera sido santificado desde dentro, físicamente, no solo simbólicamente, por Cristo. Es un tiempo de misterio, día del silencio de Dios”.
“La muerte de Cristo significa que en El, al igual que en los demás difuntos, estuvo interrumpida la relación vital alma-cuerpo; sin embargo el alma y el cuerpo de Cristo permanecieron unidos al Verbo incluso durante el triduo sacro”5.
5 Ibid.
Dr. Enrique Cases
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EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (3)

Cristo Yacente.
Real y Muy Ilustre Hermandad del Santo Sepulcro y Nuestra Señora de los Dolores.
Almería.
Fotografía: D. Felipe Ortiz.
EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (3)
“¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey duerme. La tierra está sobrecogida, porque Dios se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios hecho hombre ha muerto y ha conmovido la región de los muertos.
En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a oveja perdida. Quiere visitar a «los que yacen en las tinieblas y en las sombras de la muerte» (Is 9,1;Mt 4,16). El, Dios e Hijo de Dios, va a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.
El Señor se acerca a ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor esté con todos vosotros». Y Cristo responde a Adán: « Y con tu espíritu». Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz» (Ef 5,14). Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho hijo tuyo. Y ahora te digo que tengo poder de anunciar a todos los que están encadenados: «Salid», y a los que están en tinieblas: «Sed iluminados», y a los que duermen: «Levantaos».
Y a ti te mando: «¡Despierta, tú que duermes!», pues no te creé para que permanezcas cautivo del abismo. ¡Levántate de entre los muertos!, pues yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza (Gén 1,26-27; 5,1). Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí y yo en ti formamos una sola e indivisible persona.
Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo. Por ti, yo, tu Dios, me revestí de tu condición de siervo (Filp 2,7); por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aún bajo tierra. Por ti, hombre, me hice hombre, semejante a un inválido que tiene su lecho entre los muertos (Sal 88,4); por ti, que fuiste expulsado del huerto del paraíso (Gén 3,23-24), fui entregado a los judíos en el huerto y sepultado en un huerto (Jn 18,1-12; 19,41).
Mira los salivazos de mi cara, que recibí por ti, para restituirte tu primer aliento de vida que inspiré en tu rostro (Gén 2,7). Contempla los golpes de mis mejillas, que soporté para reformar, según mi imagen, tu imagen deformada (Rom 8,29; Col 3,10). Mira los azotes de mi espalda, que acepté para aliviarte del peso de tus pecados, cargados sobre tus espaldas; contempla los clavos que me sujetaron fuertemente al madero de la cruz, pues los acepté por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos al árbol prohibido (Gén 3,6).

Dr. Enrique Cases
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EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (2)

Virgen de los Dolores.
Real y Muy Ilustre Hermandad del Santo Sepulcro y Nuestra Señora de los Dolores.
Almería.
Fotografía: D. Felipe Ortiz
EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (2)
El Sábado Santo es el día de la Soledad de María. Para Ella continúa la pasión en su alma. Sufre y no hay dolor como su dolor. Cada uno de los gestos de su Hijo se le hace presente, sus quejidos, sus palabras. El gran grito de triunfo y dolor llena su interior. Sabe que ha vencido. Pero ella está sola. Él no está con Ella. Piensa en sus palabras: “Al tercer día resucitaré”, y se aferra a ellas. Es difícil creer. Ha visto el cuerpo muerto, agujereado por los clavos. Ha puesto su mano en el costado abierto llegando al mismo corazón. Hace falta mucha fe para creer que va a resucitar, y se hace la oscuridad en el alma de María. Experimenta el abandono como lo experimentó Jesús en su cuarta palabra. El Padre calla y la Madre se convierte en la única creyente. Su fe es la de una nueva Eva que cree contra todas las evidencias de los sentidos y de la experiencia. Las horas del sábado trascurren lentas, con una oración similar a la de Jesús en Getsemaní. Pasa la noche del Sábado minuto a minuto, y la oración no cesa para la que nunca cesó de creer.
"La espera vivida el Sábado Santo constituye uno de los momentos más altos de la fe de la Madre del Señor en la oscuridad que envuelve el universo. Ella se entrega plenamente al Dios de la vida y, recordando las palabras del Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas"2.
“El Viernes Santo se puede contemplar al Crucificado, antes de pasar a verle resucitado, la Iglesia invita a pasar el Sábado Santo meditando la “muerte de Dios”. Es el día que Dios pasa bajo tierra. Es el día de la ausencia de Dios, experiencia tan significativa del hombre actual”3.
La Iglesia completa esta realidad con el final del Credo “Descendió a los infiernos” siguiendo lo enseñado por Pedro: “porque también Cristo padeció una vez para siempre por los pecados, el justo por los injustos, para llevaros a Dios. Fue muerto en la carne, pero vivificado en el espíritu; en él se fue a predicar también a los espíritus cautivos”4. Hay una bella homilía antigua sobre el Sábado Santo escrita por S. Epifanio y recogida en la Liturgia de las Horas para ese día.
2 Juan Pablo II, Audiencia General, 21 mayo 1997
3 ibid
4 1 Pe 3:18-19

Dr. Enrique Cases
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EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (1)

Paso del Santo Sepulcro.
Real y Muy Ilustre Hermandad del Santo Sepulcro y Nuestra Señora de los Dolores.
Almería.
Fotografía: D. Felipe Ortiz.
EL SÁBADO SANTO Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS DE CRISTO (1)
Al anochecer del Viernes Santo comienza el descanso sabático. El Sábado Santo es como un sábado más, pero es un sábado único. Llegan al Cenáculo los que han estado en la sepultura. María está allí. Están las mujeres, que en su amor encendido, quieren volver al sepulcro cuando acabe el sábado para embalsamar bien al difunto, con todo el amor y la piedad de que son capaces. Están allí los apóstoles que callan y no saben qué decir porque no supieron defender a Jesús, y, menos aún, acompañarle en su gran lucha.Están otros discípulos muy allegados. María se retira. Jesús está enterrado en el Sepulcro.
“El misterio del Sábado Santo es el misterio de Cristo muerto por nosotros, que como muerto yace en el sepulcro. Es el día del gran silencio. En las iglesias aparece una gran cortina como para simbolizar que, tras ella, Dios se esconde. Pero, tras las cortinas, la luz espera. El silencio del Sábado Santo es un silencio lleno de esperanza”.
“Es el día de la ocultación de Dios. El Viernes podíamos mirar aún a Jesús, pendiente del madero, traspasado su Corazón tras su muerte en la cruz. El Sábado Santo todo ha concluido: una pesada piedra cierra la entrada del sepulcro nuevo excavado en la roca donde yace el difunto. Ningún Dios ha salvado a aquel que se decía Hijo suyo. La fe parece haber sido destruida y la doctrina del Nazareno puede aparecer como una de tantas locuras creadas por un loco o por un fanático”.
“Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado. Jesús muere, después de decir las siete frases, lo cual suponía un gran esfuerzo al estar crucificado. Muere después de entregar su espíritu a Dios. Muere cuando Él quiere”.
“Una vez muerto, Jesús es enterrado en muy poco tiempo ya que se echa encima la Pascua, tiempo en el que no se permite a los judíos hacer ningún tipo de actividad. Muere el viernes a las tres de la tarde y le entierran antes de la puesta de sol. Está sepultado pocas horas del viernes, el sábado, y resucita el domingo. Cristo durante ese tiempo está encerrado en la tierra, sepultado, en forma de semilla. Durante su muerte, la Redención sigue. Jesús muerto sigue unido a la Divinidad con su unión hipostática. Quiso estar tres días en el sepulcro. Es como una gran prueba de fe, de muerte y de resurrección. Jesús esta sepultado, santificando al mundo desde dentro del mundo, desde dentro de la tierra. Es como si el mundo hubiera sido santificado por Cristo desde dentro físicamente, no solo simbólicamente”1.

1 Anónimo actual
Dr. Enrique Cases
Sacerdote
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LA PREEMINENCIA DEL AMOR

Detalle del Altar Mayor de la Parroquia de San Sebastián.
Almería.

Primera Carta del Apóstol San Pablo los Corintos; Capítulo 13 1-8.13

13:1 Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe.

13:2 Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy.

13:3 Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.

13:4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece;

13:5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor;

13:6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.

13:7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

13:8 El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará.

13:9 Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos;

13:10 mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.

13:11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.
13:12 Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.
13:13 Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.
(*) Traducida la palabra amor como caridad.